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Dama del Metal

Un rincón para el lector

Sadako y las mil grullas de papel

Sadako y las mil grullas de papel SADAKO Y LAS MIL GRULLAS DE PAPEL
Por Miguel Ángel Martín Monje
(Basado en el libro del mismo título, de Elenor Coerr).

Esta es la historia de Sadako Sasaki, una niña japonesa. Vivía en Hiroshima cuando la fuerza Aérea de Estados Unidos dejó caer en aquella ciudad una bomba atómica, con el propósito de dar fin a la Segunda Guerra Mundial. Diez años después murió con sólo doce años.

Sadako era una niña de gran vitalidad, que se pasaba todo el día corriendo, su madre solía decir que había aprendido a correr aún antes de saber caminar. Soñaba con ser la mejor corredora de toda la escuela. Fue seleccionada para participar con el equipo de relevos en los campeonatos de la escuela y desde ese día sólo pensaba en una cosa, entrenar para la carrera de relevos. Llegó el día de la carrera. Sadako esta muy nerviosa pues era la primera vez que participaba en una prueba tan importante. Corrió todo lo rápido que puedo, sin embargo al final se sintió un poco mareada, aunque no le dio importancia. Habían ganado y el mareo ya se le había pasado; posiblemente fiera sólo debido al esfuerzo. Durante todo el invierno Sadako siguió entrenando, a veces al final del entrenamiento le volvían los mareos. No dijo nada a su familia ?ya se me pasarán-, pensó. Lejos de pasarse, los mareos eran cada vez más frecuentes y mayores.

Un frío día de febrero Sadako corría en el patio de la escuela, de repente, todo comenzó a darle vueltas y se derrumbó en el suelo. Fue llevada al hospital, allí le hicieron pruebas y más pruebas... y llegó la mala noticia: tenia leucemia, - ¿cómo era posible?-, dijo Sadako llorando, -¡si la bomba ni siquiera le había rozado!-.
La enfermera le condujo a una de las habitaciones del hospital y le dio un kimono de algodón. Al rato, su familia entraba en la habitación. ?Tienes que quedarte aquí por un tiempo-, le dijo su madre. Sadako tuvo que hacer un gran esfuerzo para no echarse a llorar.

A la mañana siguiente, se despertó lentamente, trató de reconocer el sonido familiar de su madre preparando el desayuno, pero todo lo que oyó fueron ruidos nuevos y diferentes, propios de un hospital. Dio un largo suspiro ¡Cómo hubiera deseado que sólo fuese un sueño! Esa tarde, la primera en visitarla fue su mejor amiga Chizuko. Traía algo escondido detrás de la espalda. -¡Cierra los ojos!-, le pidió a Sadako, a la vez que colocaba varias hojas de papel y una tijera sobre la cama.

¡Ya puedes abrirlos!-. -¿Qué es esto?-, replicó Sadako, mirando sorprendida las hojas de papel. Chizuko se sentía inmensamente feliz. ?He encontrado la manera de que te cures-, dijo con orgullo. -¡Mira!-. Y cortó un trozo de papel dorado en forma de cuadrado. Con gran habilidad lo dobló una y otra vez hasta formar una preciosa grulla. Sadako no acaba de entender. ?Pero, ¿cómo puede curarme esa grulla de papel?-. -¿Recuerdas la antigua historia de la grulla?-. le preguntó Chizuko. ?Si una persona enferma hace mil grullas de papel, los dioses escucharán su ruego y sanará-, y le entregó la grulla. ?Aquí tienes la primera-. Los ojos de Sadako se llenaron de lágrimas. Tomó en sus manos la grulla dorada y pidió un deseo: curarse.

Cuando Sadako tomó una hoja de papal y comenzó a doblarla, se dio cuenta de que no era fácil. Con la ayuda de Chizuko aprendió a hacer lo más complicado. Una vez que hizo diez grullas las colocó en fila sobre la mesa, junto a la grulla dorada. Ya sólo me faltan novecientas noventa-, dijo Sadako. Todo el mundo guardaba papel para las grullas de Sadako. Chizuko le trajo papeles de colores, el padre recogía todos los papeles que podía de la barbería, e incluso las enfermeras y los médicos le guardaban los papeles de los medicamentos. La principal ocupación de Sadako durante los siguientes meses fue hacer las grullas de papel; ya tenía seiscientas cuarenta y tres. Sin embargo, cada vez le costaba más doblar el papel, apenas podía mover los dedos, con gran esfuerzo logró hacer una grulla más: seiscientas cuarenta y cuatro. Fue la última que pudo hacer.

Sadako Sasaki falleció el 25 de octubre de 1955. Sus compañeros de clase hicieron otras trescientas cincuenta y seis grullas para poder enterrar las mil grullas junto a ella. Su deseo, en cierta forma, se cumplió. Sus amigos comenzaron a soñar con la idea de poder dedicar un monumento a Sadako y a todos los niños y niñas que había muerto a consecuencia de la bomba atómica. Fueron recaudando fondos hasta que en 1958 el sueño se hizo realidad y se inauguró una estatua en el Parque de la Paz de Hiroshima. Allí estaba Sadako, de pie, sosteniendo en sus manos una grulla dorada. En su honor de creó el ?Club de las grullas de papel?, y todos los años, el 6 de agosto. Día de la Paz, sus miembros colocan miles de grullas de papel a los pies de la estatua, a la vez que repiten el deseo grabado en su base:

"Este es nuestro grito,
es nuestra plegaria:
que haya paz en el mundo."


Esto es una historia que me contaban a mi todos los años en el colegio cuando era pequeño, y cada vez que la leo me gusta más.

PD: También va en memoria de todas las víctimas del 11M, que sepáis que nunca os olvidaremos.

CHECHU
"Un amigo es todo, la luz, el corazón... ¡los sueños que soñamos!"